domingo, 21 de noviembre de 2010

Luciana, 26 años

Hola chicas, quería compartirles mi experiencia.

Hace diez años tuve mi primer y único aborto. Este es un relato bastante extenso, pero me explayo porque creo importante que vean la inconsciencia, no sólo mía, sino de quienes me rodearon.

Cuando tenía dieciséis años estaba de novia con un compañero del colegio, llevábamos dos años juntos y yo estaba muy enamorada. Por supuesto, a esa edad nos tocábamos mucho pero yo no me atrevía a tener sexo realmente. Eventualmente él me llegó a presionar bastante, y yo era tan tonta como para temer que me dejara si no le daba “la prueba de amor”. Así que empezamos a tener relaciones, muy poco ya que nunca había un lugar privado siendo tan jóvenes.

En uno de esos contados encuentros, cuando todo terminó, érl me dijo que el preservativo se había roto. No se pinchó, se ROMPIÓ. Corrí al baño muerta del miedo a lavarme (aunque no sabía qué hacer). Esa noche no dormí, estaba aterrada y más miedo tenía de contarle a mis padres, aunque debió ser lo primero que hiciera.

Llamé a mi mejor amiga del colegio, le conté lo que me había pasado y dijo que me ayudaría. Las dos éramos niñas, yo tenía dieciséis años recién cumplidos y la verdad es que de sexualidad sabía únicamente lo que hacía. Mi amiga me compró la píldora del día después, la de dos comprimidos. Tomé una por la noche y otra la mañana siguiente esperando que algo sucediera… nunca pasó nada.

Mi amiga me llevó a su ginecóloga de confianza, y esta, en lugar de mandarme a hacer un análisis de sangre me ORDENÓ que esperara hasta la fecha en que debería estar menstruando, sólo entonces sabría realmente si estaba embarazada o no. Yo, tonta e ignorante, le hice caso. Por supuesto, llegada mi fecha de periodo me hice un test de embarazo que dio positivo. Mi mejor amiga salía con un joven mucho mayor que ella, él tenía un amigo enfermero que accedió a ponerme una inyección. No sé de qué era la inyección, sólo que el contenido era muy espeso, me dolió hasta el alma cuando pasaba a mi torrente sanguíneo y me lo aplicó en una nalga. Ahora que pienso en ello, reparo en que podría haberme estado inyectando cualquier cosa, o quizás este tipo podría haberme hecho cualquier cosa (porque me llevaron al departamento del novio de mi amiga) y yo ahí, con las bragas abajo y tendida en la cama dejándome hacer. Me horrorizo de sólo recordarlo. Esa noche, luego de que en la tarde me aplicara la inyección… vomité algo con un gusto amorgo. No sé qué fue… pero mi madre empezó a sospechar.

Pasaron las semanas y mi periodo no bajaba, mi novio juntó unas monedas, yo sumé otras y pudimos pagarme un análisis de sangre, que por supuesto dio positivo. Debí decirle a mi madre en ese momento, pero estaba aterrada, no sé de qué, pero estaba aterrada de decirle, especialmente a mi padre que era tan conservador.

El novio de mi amiga me acercó dos pastillas que tenían tamaños considerables, recuerdo que eran blancas y redondas. Me dijo que debía metérmelas en la vagina antes de irme a dormir y luego de meterlas no moverme en toda la noche. Ahora que sé un poco del tema, me doy cuenta de que eran dos pastillas de misoprostol… pero sólo dos, cuando la aplicación es de ocho pastillas. Dos días después de meterme las pastillas (que por cierto fue una experiencia espantosa, yo nunca fui ni de tocarme a mí misma), cuando fui a orinar algo se cayó de mi interior. Les juro que hasta la fecha no sé qué fue, en su momento pensé que había abortado, porque era algo muy pequeño, rosado, cubierto de sangre y con líneas rojas irregulares. Pensé que era el embrión, porque a esas alturas ya llevaba cerca de tres meses de gestación.

Lloré horrorizada, espantada, asqueada, confundida… me quedé en el baño con temor a jalar la cadena.

Al día siguiente le conté a mi amiga lo que había sucedido, ella entendía menos que yo. Pero esa mañana en el colegio sentí esa sensación cuando está bajando el periodo. Corrí al baño y efectivamente tenía sangre en las bragas, era sangre mezclada con algún tipo de mucosa. Me sentí aliviada, supuse que eso era todo, que ya estaba. Pero el sangrado duró ese día y se cortó… miedo otra vez.

Ya no sabía qué meterme en el cuerpo.

Una tarde, mi madre vino a mi cuarto y sin rodeos me preguntó si estaba embarazada. Me quebré, me eché a llorar y le dije que si. Pensé que iba a insultarme, a pegarme o hasta echarme de la casa. Ella me dijo que no le dijera a nadie, que al día siguiente iríamos al médico. Dicho y hecho, me sacó del colegio por la mañana (previo yo me había tomado un litro de agua) y fuimos a hacerme una ecografía… y estaba ahí, ESO todavía estaba ahí. Hablo de esta forma porque en ese momento lo vi como algo monstruoso, recuerdo que pensé horrorizada cómo era posible que yo me estuviera haciendo tanto daño y eso siguiera allí! Llevaba tres meses de embarazo.

Mi madre lloró, me preguntó qué había pasado y me dijo que se encargaría de todo. Me llevó a su médico de confianza para que este le recomendara a alguien, pero antes de darnos un nombre, el doctor se dio el gusto de sermonearme. Si, me sermoneó como si yo fuera culpable de un crimen, como si hubiera estado contaminando el cuerpo de otra persona y no el mío, me habló de asesinato, de mal, de pecado y no sé cuántas cosas más.

Esa tarde, mi madre le contó todo a mi padre y temí lo peor. Pero él me dijo que todo iba a estar bien, y me dijo que lo único que le enfadaba de todo aquello había sido mi mentira, el esconder algo tan grave. Me dijo que no quería que yo tuviera ideas raras, porque no iba a dejar que me arruinara la vida, y yo estuve de acuerdo.

Yo no quería ser madre, en ningún momento de aquellos tres meses me pasó siquiera considerar el hecho de tenerlo. Nunca sentí la necesidad de considerar otras opciones, para mí no había más opciones. Estaba en el instituto, tenía miserables dieciséis años, era una niña con su familia no podía empezar una propia. Me horrorizaba llegar a ser madre. No sentía que ese embrión fuera mío, era como si alguien lo hubiera puesto allí sin mi consentimiento, porque yo no lo quería. Y después de todo lo que había hecho por sacármelo, dudaba que eso fuera buen antecedente para ser madre.

Al día siguiente me llevaron con un doctor a su clínica privada. Me colocó un dilatador en el cuello del útero, me pidió que estuviera recostada todo el día. A la mañana siguiente volvimos a la clínica, me colocó un suero con varias cosas, antibióticos supuestamente y anestesia. Antes de dormirme me explicó lo que iba a hacer. Cuando desperté, tenía un paño en las bragas receptando la sangre. El doctor me dijo que todo estaba bien, que sangraría por dos días y que por lo demás estaría perfecta.

Nunca me arrepentí, nunca. De hecho me alegro de haber tomado la decisión, pero me alegro sobre todo de que mis padres me hayan apoyado. Tuve suerte de no llegar a una clínica clandestina, tuve suerte de no meterme nada que llegara a matarme realmente, pero más que nada tuve suerte de que no se hiciera algo que yo no quería. No me quedó ninguna secuela, ni física ni psicológica, tengo espléndida salud y mi sistema reproductor está magnífico aunque no quiero usarlo, a lo largo de los años he descubierto que ni me gustan los niños ni quiero experimentar la maternidad. Así que, si pienso lo que habría sido de mí teniendo un niño a los dieciséis, no es exageración decir que mi vida habría acabado y que ese pobre niño habría terminado recibiendo crianza de sus abuelos y no mía.

Luciana.26 años.

domingo, 13 de junio de 2010

Carla

Hace ocho años tuve una experiencia de interrupción de embarazo, en ese entonces tenía 20 años, estudiaba en la facultad de comunicaciones de la UNCP de Huancayo. Ese año fue muy complicado para mi porque mi abuela había sufrido un accidente y estaba hospitalizada y mi madre a raíz del accidente le dio presión alta emotiva.

Yo llevaba una relación con un compañero de la facultad, ambos sólo estudiábamos, no teníamos ingreso alguno.

Todo empezó un setiembre del 2001, presentaba un retraso de dos semanas, lo cual me hizo pensar en un posible embarazo porque mis retrasos sólo eran de dos o tres días, estaba muy nerviosa, no sabía qué hacer, entonces hablé con mis mejores amigas, me preguntaron qué iba hacer si salía positivo, desde un comienzo sabía qué iba hacer, no lo pensé ni dos veces - no quería tenerlo- y no influyó, nisiquiera, once años de formación en un colegio religioso.

Mientras los días pasaban para mi era un pesar porque sentía que era más riesgoso, fui a una Botica de mi ciudad (Jauja) que me daba confianza, le dije que quería hacerme la prueba de embarazo por orina, los análisis tardaron un día, cuando recibí los resultados quería desplomarme, el mundo se me vino encima, me dije -qué voy hacer- no tenía dinero y menos mi novio, hablé con él y me dijo que vendría a verme. Después de conversar, él terminó la conversación diciendo "Yo te apoyo en lo que decidas", categóricamente le dije que no lo quería tener, tenerlo significaba arruinarme, además la relación no pasaba por su mejor momento. Cuando hablamos, sacamos una conclusión, tenía que contarle a mi madre, ella era la única que podía ayudarme.

Tomé valor y le conté en la puerta del hospital, al comienzo le era inconcebible, en principio porque ya no era virgen y eso le afectó, me dijo que quería hablar con mi novio, le dije que no había problema, pero antes le dije que - no quería tenerlo- ya lo había decidido. Mi novio llegó en la tarde a casa, ambos estábamos muy nerviosos y le contamos lo que había pasado, mi madre rompió a llorar, lo único lo que reiteré fue que no lo tendría (por mi cabeza pasaron muchas alternativas, en caso ella no aceptaba ayudarnos) Hasta que me dijo que hablaría con un ginecólogo que ella conocía, la noticia me alivió y quedamos que le devolveríamos el dinero, lo cual no fue posible porque ninguno trabajaba.

El día llegó, ese día falté a la universidad, mi madre me acompañó al consultorio, el ginecólogo me hizo varias preguntas y me dio algunas recomendaciones en adelante, me puso anestecia local y me hice la interrupción, no me acordaba de nada. Cuando desperté el médico me echó una broma, reí, luego mi madre me recogió y nos fuimos a casa. Descansé, el novio llamó para preguntar como anadaba; poco después la relación terminó. Y nunca me arrepentí de mi decisión, claro, no hubiese sido posible si mi madre no me hubiese apoyado.

Carla
28 años